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Dermatitis atópica: qué es, por qué aparece y cómo tratar el eccema

miércoles, 21 de mayo de 2025

Picores, enrojecimiento, sequedad extrema… La piel habla, y en algunas personas lo hace con mucha insistencia. La dermatitis atópica, también conocida como eccema atópico, es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que puede aparecer a cualquier edad, aunque es más común en la infancia. Afecta tanto al cuerpo como al día a día de quien la padece, no solo por los síntomas físicos, sino por el impacto emocional que produce cuando los brotes se hacen recurrentes y difíciles de controlar.

Es una de las afecciones dermatológicas más frecuentes en todo el mundo. En España, se estima que afecta al 20 % de los niños y a un 3 % de los adultos. Aunque en muchos casos mejora con los años, no siempre desaparece, y quienes la padecen pueden alternar periodos de brote con etapas más estables. Comprender en qué consiste, qué la desencadena y cómo mantenerla a raya es fundamental para mejorar la calidad de vida.

¿Qué es la dermatitis atópica?

La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel. Se caracteriza por la aparición de eccemas (zonas de piel enrojecida, inflamada, con picor intenso) que suelen aparecer por brotes. No es contagiosa, pero sí muy molesta, y puede afectar tanto a zonas visibles como al resto del cuerpo.

Se produce por una alteración en la barrera cutánea que hace que la piel pierda más agua de lo normal y se vuelva más permeable a agentes externos. Esto provoca una respuesta inmunitaria exagerada frente a estímulos que, en condiciones normales, no deberían causar reacción.

Síntomas más comunes

La dermatitis atópica se manifiesta de formas muy variadas, y no todas las personas experimentan los mismos síntomas ni con la misma intensidad. Aun así, existen signos clínicos que son especialmente característicos y que ayudan a identificar esta enfermedad desde las primeras etapas.

Uno de los principales es el picor intenso, que puede volverse persistente y empeorar por la noche, dificultando el descanso. Es más que una simple molestia: puede llegar a ser desesperante y provocar rascado continuo, lo que a su vez agrava las lesiones y favorece la aparición de infecciones.

Además del picor, es habitual encontrar:

  • Piel seca (xerosis): con tendencia a agrietarse, descamarse o sentirse tirante.
  • Zonas enrojecidas e inflamadas, especialmente en pliegues del cuerpo, como detrás de las rodillas, en los codos, el cuello o las muñecas.
  • Lesiones eccematosas: pequeñas ampollas, costras o grietas, sobre todo en fases de brote agudo.
  • Engrosamiento de la piel (liquenificación), en personas que se rascan de forma continua.
  • Manchas más claras o más oscuras tras la curación de los eccemas, sobre todo en personas con piel más pigmentada.

En los bebés, es frecuente que las lesiones aparezcan en la cara, el cuero cabelludo y el tronco. En niños mayores y adultos, predominan en pliegues y zonas de roce. A veces, el aspecto de la piel puede cambiar a lo largo del tiempo, según la evolución de la enfermedad y el tratamiento recibido.

Es importante recordar que estos síntomas no siempre aparecen todos a la vez. La dermatitis atópica puede evolucionar en fases, alternando períodos de relativa calma con brotes más intensos. Por eso, reconocer los signos desde el inicio ayuda a intervenir antes y evitar complicaciones.

¿Por qué aparece la dermatitis atópica?

No existe una única causa que explique por qué aparece la dermatitis atópica, pero sí se conocen varios factores que intervienen en su origen. Se trata de una enfermedad multifactorial, en la que influyen componentes genéticos, inmunológicos y ambientales. En otras palabras, no nace de la nada, pero tampoco es posible prever con exactitud quién la desarrollará y quién no.

Uno de los principales elementos implicados es la predisposición genética. Las personas con antecedentes familiares de dermatitis, asma o alergias tienen más probabilidades de desarrollar esta patología. De hecho, se considera parte del llamado “terreno atópico”, un conjunto de condiciones con base inmunológica que tienden a presentarse juntas o en la misma familia.

Otro factor clave es el desequilibrio en la barrera cutánea. En la piel sana, esta barrera actúa como una muralla protectora que impide la pérdida excesiva de agua y bloquea la entrada de agentes irritantes. En la piel atópica, esta función está alterada: la piel pierde humedad con facilidad, se vuelve más seca y vulnerable, y permite la entrada de alérgenos, bacterias o irritantes del entorno.

Además, el sistema inmunológico de las personas con dermatitis atópica responde de forma exagerada ante estímulos que en otras personas pasarían desapercibidos. Esta sobreactivación genera inflamación, picor y un ciclo difícil de romper: la piel se irrita, se rasca, se inflama aún más y vuelve a empeorar.

A todo esto se suman los factores ambientales, que no son los causantes directos, pero sí desencadenantes o agravantes de los brotes. Entre ellos destacan:

  • Cambios bruscos de temperatura o clima seco.
  • Exposición a contaminantes o productos químicos.
  • Uso de tejidos sintéticos o lanas en contacto con la piel.
  • Sudor, estrés, infecciones o incluso ciertos alimentos en personas sensibles.

¿Es lo mismo que una alergia?

Aunque muchas veces se relacionan, la dermatitis atópica no es exactamente una alergia, aunque sí puede estar vinculada con ella. Esta confusión es común porque tanto la dermatitis como las alergias comparten una base inmunológica y pueden manifestarse juntas en personas con lo que se conoce como terreno atópico: una predisposición hereditaria a desarrollar enfermedades como asma, rinitis alérgica, alergias alimentarias o eccema.

La clave está en entender que la dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel, mientras que una alergia es una respuesta inmunitaria específica frente a una sustancia concreta (como un alimento, un polen o un medicamento). Es decir, una persona con dermatitis atópica puede tener la piel muy sensible e inflamarse sin necesidad de entrar en contacto con un alérgeno definido.

Ahora bien, es cierto que muchas personas con dermatitis atópica también presentan alguna alergia diagnosticada, y en algunos casos, ciertos alimentos o sustancias pueden empeorar los síntomas cutáneos. Esto no significa que sean la causa de la enfermedad, pero sí pueden actuar como desencadenantes o agravantes en determinados momentos.

Por eso, en algunos pacientes se realizan pruebas alérgicas (como prick test o análisis de IgE) para descartar que exista una sensibilización a elementos del entorno o alimentos específicos. En estos casos, el abordaje debe ser conjunto: tratar la dermatitis como tal y, si es necesario, evitar los alérgenos identificados.

¿Cómo se diagnostica?

El diagnóstico es clínico: el dermatólogo valora los síntomas, el aspecto de la piel y los antecedentes personales y familiares. No hay una prueba específica para detectar la dermatitis atópica, aunque en algunos casos se hacen análisis o pruebas de alergia para descartar otras causas o confirmar una atopía asociada.

Es importante acudir al especialista si los síntomas son persistentes, si hay infecciones frecuentes en la piel o si la calidad de vida se ve afectada.

Tratamiento: aliviar los brotes y prevenir recaídas

La dermatitis atópica no tiene cura definitiva, pero sí se puede controlar. El objetivo del tratamiento es doble: aliviar los brotes cuando aparecen y prevenir que se repitan. Para conseguirlo, es fundamental actuar sobre la inflamación, reducir el picor y reforzar la barrera cutánea con cuidados diarios.

El tratamiento varía según la edad, la intensidad de los síntomas y la localización de las lesiones, pero suele combinar distintas estrategias. No basta con aplicar una crema cuando hay brote: la clave está en mantener la piel protegida y cuidada todos los días, incluso cuando no hay síntomas visibles.

Cuidados esenciales y tratamientos habituales

  • Hidratación intensiva: el uso de cremas emolientes es la base del tratamiento. Ayudan a restaurar la barrera de la piel, evitan la sequedad y disminuyen la frecuencia de los brotes. Deben aplicarse a diario, varias veces si es necesario, incluso en fases sin lesiones activas.
  • Corticoides tópicos: se utilizan durante los brotes para reducir la inflamación y el picor. Existen diferentes potencias según la zona y la edad del paciente. Bien usados, son seguros y muy eficaces.
  • Inmunomoduladores tópicos: como el tacrolimus o pimecrolimus, son una alternativa a los corticoides en zonas sensibles (cara, cuello, párpados) o en tratamientos prolongados.
  • Antihistamínicos orales: pueden ayudar a aliviar el picor, sobre todo por la noche, aunque no actúan directamente sobre la inflamación cutánea.
  • Antibióticos tópicos o sistémicos: se emplean cuando las lesiones están sobreinfectadas, algo que ocurre con frecuencia debido al rascado.
  • Fototerapia o luz ultravioleta controlada: en casos moderados o graves, puede utilizarse bajo supervisión médica, con buenos resultados.
  • Tratamientos biológicos: en pacientes con dermatitis atópica grave que no responden al tratamiento convencional, se están utilizando nuevas terapias biológicas que actúan directamente sobre el sistema inmunitario. Son eficaces, aunque reservadas para casos específicos y con seguimiento especializado.

Más allá del tratamiento médico, es importante que el paciente se implique en el autocuidado. Mantener una rutina diaria, identificar los desencadenantes y seguir las pautas médicas son aspectos fundamentales para mantener la enfermedad bajo control.

Prevenir recaídas no depende solo de las cremas. El estrés, el clima, la ropa o incluso los productos de higiene pueden influir. Por eso, el abordaje debe ser personalizado y adaptarse a cada etapa de la vida.

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Estaremos encantados de atenderte y resolver todas tus dudas.

Consejos para el día a día

Lidiar con la dermatitis atópica requiere una rutina constante y atención a los detalles. Algunas recomendaciones prácticas que pueden marcar la diferencia:

  • Hidratar la piel al menos dos veces al día, con cremas específicas.
  • Usar geles sin jabón y productos sin perfume ni alcohol.
  • Evitar baños muy calientes o prolongados.
  • Secar la piel con toques suaves, sin frotar.
  • Vestir con ropa de algodón, evitando lanas o tejidos sintéticos.
  • Ventilar bien los espacios y evitar ambientes muy secos.
  • Mantener las uñas cortas para reducir lesiones por rascado.

Además, es importante identificar los factores que desencadenan los brotes en cada persona: el estrés, el calor, ciertos alimentos o productos cosméticos pueden ser detonantes a evitar.

¿Es una enfermedad crónica?

Sí, la dermatitis atópica es una enfermedad crónica, pero no siempre es igual. En muchos niños mejora con la edad o desaparece al llegar a la adolescencia. En adultos, puede mantenerse con altibajos o aparecer por primera vez.

El control adecuado, los tratamientos específicos y una rutina de cuidados permiten reducir los brotes, aliviar los síntomas y llevar una vida normal. Conocer bien la enfermedad y saber cómo actuar ante un brote es clave para vivir con ella sin que condicione el día a día.

Acompañamiento médico: cuándo pedir ayuda

Si los síntomas no mejoran con el tratamiento habitual, si hay brotes frecuentes o si el picor interfiere con el descanso o la vida diaria, es momento de acudir a consulta. También es recomendable buscar apoyo si hay afectación emocional, ansiedad o baja autoestima asociadas.

En el Hospital La Antigua contamos con un equipo especializado que puede ayudarte a identificar los desencadenantes, ajustar el tratamiento y ofrecerte una atención personalizada. La dermatitis atópica no tiene por qué marcar el ritmo de tu vida. Con el enfoque adecuado, es posible recuperar el control y mejorar tu bienestar.